«El capitalismo urbanocéntrico pone en peligro los entornos rurales»
La dicotomía campo-ciudad no es nueva, pero el desarrollo del capitalismo urbano sigue modulando y condicionado unas áreas rurales a menudo reducidas a la obtención de recursos y el almacenamiento de residuos, en una lógica dominada por las urbes. Es hora de acabar con ello, afirma Carla Escarrà.
El auge del modelo neoliberal, basado en el extractivismo y la concentración de capital en las metrópolis, ha supuesto la pérdida de las condiciones materiales de los entornos rurales. Espacios que, a medida que son despojados de recursos, se transforman en parques temáticos al servicio del mercado y las grandes compañías vinculadas al turismo y al sector energético.
Ante esta deriva mercantilista, el movimiento de la economía social y solidaria emerge con una propuesta de desarrollo integral que reúne a una nueva generación de activistas y académicos de la izquierda. Una de las aportaciones en este terreno es el libro coral ‘Economia Solidària i Ruralitats’, coeditado por la Xarxa d’Economia Solidària de Catalunya (XES) y la editorial Pol·len, que bajo la coordinación de Carla Escarrà (Ripoll, 1993), nos invita a relocalizar los procesos de cambio para construir un mundo más justo, equilibrado y democrático.
Cooperativista y antropóloga de profesión, Escarrà analiza cómo los entornos rurales son hoy un laboratorio para ensayar y poner en práctica este nuevo modelo, que tiene entre sus prioridades el control comunitario de los recursos y medidas que ponen en el centro la producción ecológica, la cultura, el respeto al medio ambiente y los cuidados de las personas.
En el libro afirma que existe una subordinación del mundo rural al urbano. ¿Cuándo se inicia este proceso?
Responde a la evolución histórica del capitalismo, pero el diagnóstico parte de las lecturas de Henri Lefebvre, Friedrich Engels y otros teóricos. Ellos sitúan las grandes migraciones como el punto de inflexión de un vaciado del campo que, de forma masiva, arranca con las respectivas revoluciones y se consolida mediante la industrialización que tiene lugar durante el siglo XX. Pero hemos de leerlo desde la esperanza del fracaso.
¿A qué se refiere?
Se trata de la necesidad de las personas de irse a la ciudad para ganarse la vida, provocando que la metrópolis se convierta en su nueva prisión. John Berger y otros novelistas hacen referencia a ello, lo cual se materializa primero con la industrialización de la agricultura, la cual hace desaparecer las pequeñas granjas en beneficio de la explotación agraria intensiva, y por último, con el monocultivo turístico.
¿Qué impacto genera el modelo turístico actual?
Produce cambios físicos, sociales y culturales que no aportan beneficios. Tampoco atiende a las necesidades de los entornos rurales, no está ligado al control de la población ni tiene en cuenta la finitud de los recursos. Al contrario: acarrea una inestabilidad que, por efecto multiplicador, nos ha llevado a una crisis ecológica y económica que se replica de forma parecida en todas las regiones y territorios.
¿Hasta qué punto esta dinámica se refuerza con un relato cultural que asocia ciudad con modernidad y campo con atraso?
El colectivo Resilience Earth lo llama «colonización urbana de la mente», aludiendo al hecho de que, en la medida que el poder sociopolítico se concentra en las ciudades, se proyecta la idea de que el progreso surge en la urbe y las tareas del campo son anticuadas.
¿Qué consecuencias conlleva este discurso?
Repercute en la autoestima de los entornos rurales, hasta el punto de que viejas prácticas se folclorizan para acabar museizadas. Dos ejemplos serían la matanza del cordero o la pesca con red tradicional, las cuales se presentan como actividades estigmatizadas y circunscritas a un determinado pasado histórico. ¿Quién se dedicará hoy a esta pesca si nos dicen que es una reliquia obsoleta? Difícilmente los jóvenes lo harán.
¿Todo ello rebela un problema sistémico en la relación campo-ciudad?
Demuestra que el mundo rural se ha convertido para la ciudad en un proveedor de recursos y vertedero de residuos. Lo vemos en las plantas porcinas que hay esparcidas en varias comarcas del interior de Catalunya, como Osona, dónde el ganado come pienso que viene de fuera y, cuando se engorda, se sacrifica para que sea exportado. Un circuito del cual solo quedan tierras nitrificadas que contaminan el suelo y dejan las fuentes sin agua potable.
¿En qué otros sectores se observa el fenómeno?
Destacaría las grandes estaciones fotovoltaicas que, a través de las líneas de alta tensión, nos despojan de las fuentes renovables y, a la vez, acaban con el espacio fértil del que disponíamos. Son ejemplos de un modelo que, además de dejar maltrechos ríos y tierras, viene de la mano de políticas urbanocéntricas que ponen en riesgo la vida de los entornos rurales.
¿Cómo se percibe esto desde el entorno rural?
Muchas comarcas se van quedando sin hospitales, sin un sistema de transporte adecuado para las pequeñas localidades o, en el ámbito educativo, sometidos a un criterio de ratios que, al ser diseñado en clave urbana, lleva las escuelas a cerrar por falta de alumnos. El resultado es demoledor: muchos colectivos se ven obligados a desplazarse a las urbes para poder emanciparse, en particular las mujeres.
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