Tras una década de crecimiento fulgurante, la agricultura ecológica atraviesa una crisis sin precedentes, ligada a una masificación similar a la de la agricultura intensiva. Echamos un vistazo a un modelo que se ha agotado.
Durante mucho tiempo, la agricultura ecológica supo aprovechar su excelente imagen -la de las explotaciones familiares que respetan el medio ambiente y el bienestar de los animales, y garantizan alimentos más sanos- para atraer a los consumidores desanimados por los excesos de la agroindustria. Pero tras una década de crecimiento fulgurante, en la que se duplicó el consumo mundial de productos ecológicos, las ventas se desploman. Si bien la inflación ha obligado a los presupuestos modestos a renunciar a estos alimentos, que se venden hasta un 30% más caros, la situación económica no es la única culpable: asistimos ahora a una crisis de confianza entre consumidores y productores.
Para acompañar su crecimiento, el sector ha experimentado una industrialización masiva, a veces bajo la presión de los grupos de presión de la agroindustria. Los hipermercados, por su parte, han sustituido a las cadenas especializadas como principales distribuidores de productos etiquetados "AB", difuminando aún más la distinción entre los valores realmente defendidos por los representantes del sector...
El periodista de investigación Rémi Delescluse aborda un modelo antaño floreciente, cuya masificación señala el principio de su caída. De los invernaderos españoles a las estanterías de los supermercados, esta rigurosa investigación pone al descubierto las aberraciones, abusos y escándalos -así como los puntos ciegos de la normativa europea, en particular en lo relativo al uso de "biopesticidas"- que han contribuido a acelerar el desencanto de los consumidores.
Los pequeños agricultores, que antes habían abrazado con entusiasmo una práctica cercana a sus convicciones, son las primeras víctimas. Aplastados por la competencia de las grandes explotaciones ecológicas con procesos industrializados directamente inspirados en la ganadería convencional, se están "desconvirtiendo" masivamente. Otros se embarcan en la creación de nuevas etiquetas más exigentes, que dan prioridad a los productos locales y al respeto de la estacionalidad, y ofrecen garantías más estrictas en materia de bienestar animal, ingresos de los agricultores y uso de pesticidas; en resumen, fieles a la filosofía original que hizo tan popular este modelo, y que está indisolublemente ligada al futuro de nuestro planeta.