GRAIN: “Bioinsumos corporativos: El nuevo negocio tóxico de la agroindustria”

Hasta fines de los años 90, Monsanto fue principalmente una empresa dedicada a producir y vender pesticidas químicos. Estos eliminan plagas en forma rápida y de manera indiscriminada, lo ideal para grandes extensiones de monocultivos donde se hacen aplicaciones frecuentes. Pero resultan devastadores para la biodiversidad y la salud humana. Monsanto nunca se interesó en los pesticidas no químicos como aquellos elaborados a base del microorganismo Bacillus thuringiensis (Bt).

Introducción del maíz Bt (Bacillus thuringiensis) en Kenia

Los así llamados biopesticidas, son de acción más lenta y apropiados para un tipo de producción a menor escala, donde los cultivos son monitoreados cuidadosamente y se aplica algún producto solamente cuando es necesario. Aunque son menos peligrosos, los biopesticidas generan menos ganancias para las corporaciones, ya que generalmente quedan fuera del control de las patentes industriales.

El interés de Monsanto en el Bt apareció con el inicio de la ingeniería genética. La compañía se dio cuenta que podía insertar en las plantas los genes del Bt, permitiéndoles producir la toxina en forma ininterrumpida y en toda la planta. Esto podía en efecto convertir al biopesticida en algo más parecido a un pesticida químico – muy apropiado para el monocultivo industrial. Y, más aún, Monsanto podía patentar este Bt desarrollado con ingeniería genética e integrarlo a su estrategia general de dominar la industria de las semillas.

Las campesinas y campesinos han usado el Bt por generaciones de forma cuidadosa en la agricultura orgánica, para no inducir resistencia en los insectos. Sabían que, si Monsanto seguía adelante con sus planes, inevitablemente se desarrollaría esa resistencia. Dos décadas más tarde, con muchas especies de insectos resistentes a los cultivos Bt, es evidente que estaban en lo correcto.[1]

Irónicamente, Monsanto, comprado por Bayer en 2018, es hoy una de las tantas corporaciones de pesticidas que buscan activamente tener el control del mercado global de biopesticidas. Hace dos décadas, las empresas activas en el sector eran solo un puñado, pero en la actualidad suman alrededor de 1 200. Muchas son de creación reciente y de tamaño mediano, pero todas las grandes corporaciones de agroquímicos operan en este sector, tales como Bayer, BASF, Corteva, FMC, The Mosaic Group, Syngenta, UPL y Yara.[2] Su penetración en este mercado tiene lugar de manera agresiva, en su forma típica de proceder , a través de compras, acuerdos de licencias y fusiones (ver Tabla 1).

El creciente interés corporativo

El campesinado en todo el mundo inventa y usa mezclas de diferentes productos naturales para proteger sus cultivos contra los insectos o para mejorar la fertilidad de sus suelos. Es una práctica tan antigua como la agricultura misma y las fórmulas para estos “bioinsumos” han sido transmitidas a través de generaciones. Actualmente, la mayoría de las campesinas y campesinos, especialmente en el Sur global, aún usan bioinsumos que producen en sus propias fincas.[3]

Es solamente ahora, en los últimos años, que las corporaciones de agroquímicos han comenzado a tener interés en los bioinsumos, o lo que la industria llama “biológicos”. A medida que aumenta el interés de las corporaciones en este sector, también aumenta el mercado global. En 2021, las ventas de bioinsumos comerciales alcanzaron alrededor de los 10 mil millones de dólares estadounidenses, lo que significa alrededor del 4% del mercado mundial de insumos agrícolas. Los análisis de mercado indican que las ventas se duplicarán o incluso se triplicarán para 2028.[4]

De hecho, una buena parte del mercado global de bioinsumos ya está en manos de las principales corporaciones de pesticidas. En 2022, Bayer comercializó bioinsumos por un valor de 214 millones de dólares y espera llegar a 1 600 millones en 2035.[5] Las ventas de Corteva en 2023 alcanzaron 420 millones de dólares y las del grupo Syngenta 400 millones.[6]

Estas corporaciones y sus competidores están principalmente interesados en los biopesticidas, que son los que más se venden y que se estima corresponden a la mitad del mercado global de bioinsumos. El resto del mercado se integra de biofertilizantes (que entregan nutrientes a las plantas) y de bioestimulantes (que potencian la capacidad de las plantas para absorber nutrientes).[7] Las grandes empresas han concentrado su interés en solo unos pocos microorganismos. Los productos que contienen Bt corresponden al 90% del mercado global de biopesticidas y el 60% de los biofungicidas contienen Trichoderma spp.[8] Cuando se trata de biofertilizantes, predomina la Cyanobacteria, un alga azul con la capacidad de fijar nitrógeno y producir vitaminas y enzimas promotoras del crecimiento.[9]

El mercado regional de bioinsumos más grande corresponde a Estados Unidos y Canadá, seguido por la región Asia-Pacífico, Europa, y América Latina. Brasil es uno de los mercados de más rápido crecimiento y un importante objetivo de las compañías de agroquímicos. En junio de 2024, fueron registrados 1 273 bioinsumos agrícolas para ser vendidos en el país; la mitad corresponde a biopesticidas y la otra a biofertilizantes. La gran mayoría fueron registrados para ser usados en los principales monocultivos de Brasil – soja, maíz y trigo.[10] De estos productos, 82% fueron producidos por empresas extranjeras, entre las cuales Bayer concentraba el 12%.[11] Según del ministerio de agricultura de Brasil, actualmente los biofertilizantes son aplicados en cerca de 40 millones de hectáreas y los biopesticidas son usados en 10 millones de hectáreas.[12]

Una agenda tóxica

¿Qué hay detrás del nuevo interés por los bioinsumos por parte de los gigantes de los agroquímicos? En el caso de los biopesticidas, un factor clave es que son más baratos y más rápidos de llevar al mercado que los pesticidas químicos. En los Estados Unidos, el desarrollo de un biopesticida nuevo cuesta entre 3 y 7 millones de dólares y puede ser comercializado en el plazo de cuatro años, mientras que un pesticida químico requiere de un plazo de tiempo tres veces mayor para ser desarrollado y puede costar más de 280 millones de dólares. Otra razón es el aumento de las prohibiciones de los pesticidas tóxicos y de las demandas legales (como la que existe sobre Roundup), junto con los costos que se producen a lo largo de la cadena de abastecimiento. Estos pueden ser menores para los biopesticidas que para los agroquímicos elaborados a partir de combustibles fósiles. Además, la resistencia biológica a los pesticidas químicos está en aumento como resultado de su uso masivo en monocultivos.[17]

Las corporaciones también están interesadas en integrar los bioinsumos a sus plataformas digitales, cada vez más conectadas con los programas de la “agricultura regenerativa” y la “captura de carbono” que ofrecen a las personas y empresas productoras de alimentos. Por ejemplo, Bayer, vende biopesticidas y bioestimulantes, pero también está entrando en el campo de los fertilizantes mediante la inversión en ingeniería genética de bacterias fijadoras de nitrógeno. Los bioinsumos se integran en su estrategia para la agricultura regenerativa, captura de carbono, edición genética y plataformas digitales. En sus planes de venta está el paquete conocido como “finca del futuro” que incluye un sistema donde quienes hagan agricultura regenerativa, usarán maíz, colza y soja con edición genética de Bayer. A través de su plataforma digital recibirán de Microsoft Azure recomendaciones “a la medida” basadas en datos recabados previamente. Se supone que las y los agricultores tendrán cultivos de cobertura para biocombustibles con bajas emisiones de carbono y que venderán créditos de carbono a través de los programas de carbono de las corporaciones.[18] La compañía de fertilizantes UPL de la India tiene planes similares a través de su plataforma digital “Nurture.farm”.[19]

Pero no debemos dejarnos confundir y pensar que el interés que las corporaciones tienen ahora por los bioinsumos son un intento de alejarse de los agrotóxicos que producen. El campesinado ha usado los bioinsumos como una estrategia adicional para manejar plagas y enfermedades, usándolos cuidadosamente para evitar el desarrollo de resistencia y la destrucción de la biodiversidad. Por su parte, las compañías agroquímicas quieren que quienes producen usen sus biopesticidas de la misma manera que los pesticidas químicos – aplicando grandes dosis de manera frecuente, considerándolos como el único medio para matar todas las plagas. Ciertamente, para empresas como Bayer, los bioinsumos son complementarios con el paquete agrotóxico.[20] En 2016 desarrolló una “caja de herramientas” que incluye tanto pesticidas químicos como biopesticidas en una plataforma digital diseñada para calcular cómo deben ser combinados los productos. Parte de este paquete son los sistemas de riego por goteo desarrollados por la compañía israelí Netafim. Este sistema fue primero comercializado en México, donde se firmó un acuerdo de sociedad con PepsiCo, y luego se extendió a la región Mediterránea, Australia, Sud África, Brasil y Chile y más recientemente a China y Vietnam.[21]

FMC Corp, una de las compañías de agroquímicos más grande de Estados Unidos, señala que venderá bioinsumos “en conjunto” con agroquímicos y que incluso ha desarrollado un biopesticida en base a Bt (Ethos Elite LFR) el cual incluye un insecticida y fungicida sintéticos.[22]

La misma lógica se aplica para los biofertilizantes. Por ejemplo, en 2023, Yara hizo el lanzamiento de un bioestimulante “para complementar” su oferta de fertilizantes y Novonesis recomienda la “co-aplicación” de biofertilizantes y fertilizantes químicos.[23]

Hay otro factor muy importante que lleva a las corporaciones de agroquímicos hacia el mercado de los bioinsumos. Los avances en la edición genética, la biología sintética y la ciencia de datos les facilitan la identificación de microorganismos, y el desarrollo de bioinsumos a partir de éstos y, quizá más importante, hacen más fácil asegurar el control monopólico a través de las patentes (Ver Recuadro 2: Juegos de Monopolio).[24] Las corporaciones apuestan a que serán capaces de llevar al mercado estos productos modificados genéticamente sin ningún obstáculo regulatorio.

La prisa de las corporaciones por penetrar el mercado de los bioinsumos puede provocar una nueva ola de privatización de formas de vida, muchas de las cuales han sido usadas por comunidades campesinas. Las patentes sobre procesos y secuencias genéticas de microorganismos crearán un mercado de bioinsumos dominado por las corporaciones, otorgandoles derechos monopólicos. Esto significa que quienes quieran usar productos que contengan ciertos componentes o procesos patentados deben obtener la autorización o pagar por el derecho de uso. Esto puede resultar en la obligación de pagar importantes multas o incluso el encarcelamiento para campesinas y campesinos.[27].

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