La diplomacia de los muros [Oscar Hernando / 09 #Etxalde]
Mientras los medios de comunicación siguen retransmitiendo en directo –zancadillas incluidas- la gymkana macabra de salto de fronteras a la que se somete al flujo de personas que desde oriente medio y norte de áfrica huyen de la guerra y del despojo, asistimos al enésimo ejemplo del fracaso de la Europa los Estados y las bien visibles “fuerzas del mercado”. Las patadas de la periodista húngara cerca de la ciudad de Roeszke y los apaleamientos a grupos de refugiados/as sirios/as no son sino el reflejo de un sentimiento creciente en Europa, que no distingue entre fundadores y recién llegados a la Unión y que involucra a tanto a ciudadanos de a pie como a dirigentes.
La falta de humanidad va desde sesudos presidentes que -bien comidos-, tras una tarde de paseo estival reorientan sus “generosas” políticas exteriores de la “nada al casi nada” o de aspirantes a alcaldes críticos con la RGI, que a falta de focos presumen de falta de luces, criminalizando a quienes se estrellan contra esta “diplomacia de los muros” que se está reinstalando en el imaginario colectivo.
“Presidente húngaro solicita asesoría a Israel para construcción de muro con materiales de empresa española y mano de obra esclava”!!!
No es un titular. A día de hoy es un hecho sangrante de 175 km. de acero.
¡Que vueltas da la historia! La firmeza (perdón, el chantaje) con la que hace escasas fechas se empleaban los gestores europeos contra el gobierno griego y Syriza contrasta la laxitud mostrada hacia los gobiernos que hoy se niegan a asumir sus responsabilidades como socios europeos. ¿Se atreverá alguien sancionar a sus convecinos, a retirarles los fondos de cohesión a expulsarles del selecto club si no cumplen con las reglas?
El discurso dominante tiene un afán cuantificador, despersonalizador. El asunto de los refugiados se convierte en cuestión de cuotas. Hoy se puede albergar a mil, mañana a tres mil y si la sobremesa con la Canciller va bien y las cifras de Hacienda y la estadística del paro son favorables, quizás a quince mil.
Líbano con poco más de 4 millones y medio de población acoge a más de 1 millón de sirios/as y medio millón de palestinos y -la tan denostada- Irán, Pakistán o la propia Siria albergaban hasta fechas recientes más de un millón de personas cada una huidas de los conflictos en Afganistán, Irak, etc. que los “gestores del Caos” han propiciado en la última década rompiendo, según sus propios intereses, los frágiles equilibrios regionales.
Para aquellos/as portavoces de la ejemplaridad europea, en la crisis más reciente, según datos de ACNUR de 2014, de los aproximadamente 51,2 millones de refugiados y desplazados en el mundo, el 86% de estas personas están en países en desarrollo.
Sin desmerecer la reacción de parte de la sociedad civil, -siempre varios pasos por delante de los gobiernos-, la solidaridad fraternal con nuestros semejantes, plena de buena voluntad no puede disociarse de la denuncia de las causas porque corremos el riesgo de convertirnos en meros ejecutores de operaciones asistenciales a gran escala, en gestores de desgracias generadas por la ambición desmedida de unos pocos y por la inercia de nuestro propio modo de vida. De la misma manera que se le exige actuación a las instituciones o se dan pasos sin esperar a sus representantes, debemos exigirles con la misma firmeza denunciar las causas que generan el desastre
y coherencia en sus políticas. Sin explicaciones, sin denuncia, sin pedagogía, sin solidaridad política, las buenas intenciones son flor de un día y los principios humanitarios son devorados ya no por la ultraderecha (siempre dispuestas para pescar en río revuelto) sino por la ciudadanía corriente masajeada por los medios de comunicación y la evolución de la economía del día a día.
De no ser así corremos el riesgo de que una y otra vez se repita el mismo esquema: la alta política europea o internacional cañonea un barco en alta mar y las gentes de a pie, las instituciones locales, las gentes de buena voluntad se ven abocadas, -moralmente obligadas- a recoger en las playas los restos del naufragio.
Playas reales, como las que han visto la agonía y muerte muchos/as niños/as sirios/as este verano pero también metafóricas como esa en la que un soldado israelí asfixia en medio de una detención a un palestino de
11 años con un brazo roto en una protesta contra la construcción de asentamientos ilegales.
Palestina. Cinco millones de exiliados en países vecinos, en su propia tierra, despojados de sus olivos, de su agua, de sus pueblos, de sus tradiciones… En el caso de Aylan Kurdi los medios se han preocupado de que sepamos su nombre, el de sus familiares, su lugar de origen, -Kobane-, los detalles del funeral… Del caso niño palestino solo conocemos las imágenes, las mentiras de la versión oficial y el coraje sin límite de una madre, una tía y una hermana Ni los habitantes de Cisjordania, ni los potenciales refugiados palestinos víctima de los bombardeos en Gaza perturban la pax occidental porque no pueden golpear con sus puños los muros europeos,
condenados a vivir en una franja de tierra al borde del colapso, que más que ciudad vivible, el sionismo ha convertido en gigantesca colonia penitenciaria.
¿Será que por eso no conocemos el nombre del niño palestino? Su nombre es Mohamed Tamimi, vive en la aldea de Nabi Saleh y seguramente la vendetta sionista no se hará esperar.
La solidaria Unión Europa, que estos días malgasta en sus discusiones un tiempo que los refugiados no tienen, invierte en Palestina proyectos de cooperación sujetos al capricho de bulldozer pero no ha sido capaz de ponerse
de acuerdo para etiquetar los productos que vienen de asentamientos ilegales. Mucho menos para asumir como propia la campaña del BDS. Salvo honrosas excepciones, tampoco nuestras instituciones.
Quien a día de hoy se acuerda de las tragedias de Lampedusa? De los/as miles que esperaban el asalto final en Calais? De la concertinas del “Ministro de doble filo” en Ceuta y Melilla?
Estos días y por contraposición a otros migrantes, se recalca en el origen socioeconómico de las personas que llegan a las fronteras europeas, incidiendo en el carácter “acomodado” y de clase media de muchos/as de
ellos/as. ¿Qué hay detrás de esta clasificación mediática? ¿Es esto realmente así? ¿Cuántas de estas personas son campesinos y campesinas que se han visto obligadas a abandonar sus tierras producto, no de la guerra sino de
la tiranía del mercado alimentario global y del acaparamiento de tierras por grandes empresas o fondos de inversión?
¿Cuánto tiempo separa a estas personas que hoy vemos a las puertas de Europa de su previa migración campo-ciudad?
¿No es acaso el despojo de las transnacionales del azúcar con el apoyo de los gobiernos locales el que está empujando a los campesinos/ as del valle de Sula en Honduras o del Polochic en Guatemala a atravesar un
desierto en busca de mejores condiciones de vida?
¿No es el TLC firmado por el Gobierno de México con EEUU y Canadá el responsable de haber destruido las economías y sistemas de precios nacionales depauperando a millones de campesinos/as y empujándoles
a la migración o -en el peor de los casos- arrojarles en brazos del narcotráfico?
De los 45,8 millones de inmigrantes que viven hoy en EEUU, casi 23 millones entraron en el país entre 1990 y 2013 y 17,4 millones de migrantes de México y Centroamérica. Mientras muchos de ellos/as aún esperan regularizar su situación, entre los próximos candidatos a ocupar la Casa blanca despunta otro diplomático de llana y paleta, Donald Trump, que propone transformar la valla fronteriza en muro inexpugnable con dinero de los propios mexicanos.
¿Cuántos de los 20 millones de asiáticos/as que residen en Europa o que a diario migran desde Filipinas o Indonesia para trabajar en penosas condiciones en los emiratos del Golfo en la construcción o en el servicio doméstico
son víctimas de las políticas nacionales que impulsan la conversión de sus cultivos en zonas de producción de biocombustibles?
¿Cuantos/as africanos/as han tenido que abandonar Mali, Malawi, Sudán, Senegal, Somalia porque sus tierras agrícolas son entregadas a fondos de pensiones y de inversión europeos o saudíes para
especular con monocultivos o porque sus caladeros han sido esquilmados por las grandes pesqueras transnacionales?
La tiranía de las agendas bien filtrada a través de los medios no nos habla de los migrantes campesinos e indígenas, muchos de ellos ya parte de esos 200 millones de migrantes climáticos que la OIM calcula pueden existir
de aquí a 2050 y que seguramente recalaran en países tan pobres y tan poco responsables de los cambios en el clima como los que se han visto obligados a abandonar. Así es ya a día de hoy.
Hey Donald, ¿habrá ladrillo y alambre de espino para tanta gente?
Foto del niño palestino Mohammed Tamimi con el brazo en cabestrillo y maltratado por un soldado Israelí [AFP Photo/Abbas Momani] Vídeo de su familia desesperada al rescate del niño.