Ortiga o glifosato, ¿qué ponemos en el plato?

[Editorial de La Fertilidad de la Tierra|Primavera 2015]

Cada vez hay más voces, más organizaciones de ciudadanos que muestran su rechazo a la utilización de plaguicidas en la producción de alimentos. El pasado enero lo mostraron así más de 25 entidades, al manifestarse en Madrid para pedir la prohibición de los plaguicidas, y la total y definitiva prohibición de los ya catalogados como los más peligrosos: los neurotóxicos. Nadie puede negar la evidencia de que hay unos daños y de que cada vez se encuentran más restos de plaguicidas en toda la cadena alimentaria. Solo en la Unión Europea se aplican 220.000 toneladas anuales (108.000 de fungicidas, 84.000 de herbicidas, 21.000 de insecticidas y 7.000 de reguladores de crecimiento) y algunos gobiernos europeos ven ya la necesidad de reducir estas cifras, pero pretender reducir estos insumos a base de optimizar los equipos de aplicación, algo así como “mejorar las boquillas”, lleva al fracaso. Los fabricantes de plaguicidas, reacios a perder sus millonarias ventas, proponen que se reduzca la intensidad en vez de la cantidad; para Generations Futures es cuestión de cambiar de agricultura: si el 70% de los plaguicidas se usa en cultivos extensivos y el 20% en viticultura, la no aplicación de productos tóxicos en estos dos campos supondría la verdadera reducción de plaguicidas agrícolas en un 90%.
Se le ha acusado a la agricultura ecológica –de forma desproporcionada– de tener menor productividad, pero los datos lo desmienten a medio y largo plazo. En cambio la agricultura química, con la pérdida de biodiversidad y fertilidad, con sus laboreos continuos y la erosión, provoca una reducción en la producción de los alimentos, que en tan solo cincuenta años será un 30-50% menos. Estas perspectivas las confirma incluso la ONU, por eso acordó declarar el 2015 Año Internacional de los Suelos, y el 5 de diciembre Día Mundial del Suelo, porque el 95% de nuestra alimentación depende de las tierras de labor, y cada año se pierden 75.000 millones de toneladas de tierra fértil, pues no le damos tiempo a regenerarse. […]

Editorial completo en LFT: VER AQUÍ